lunes, 28 de abril de 2014

Sylvia Plath


EL ASPIRANTE

Para empezar: ¿eres de los nuestros?
¿Llevas
ojo de cristal, dentadura postiza, muleta,
braguero o garfio,
pechos de goma, entrepierna de goma,
costurones que muestren que algo falta? ¿No? Entonces,
¿cómo podemos darte nada?

Deja de llorar.
Abre la mano.
¿Vacía? Vacía: ahí va una mano
-para llenarla; dispuesta
a preparar el té y a dar masajes que ahuyenten la jaqueca,
y a hacer lo que le digas.
¿Te casarás con ella?
Viene con garantía
de cerrarte los ojos al final
y disolverse de dolor.
Sacamos caldo nuevo de la sal.

Observo que estás desnudo:
¿Qué tal este traje?
Negro y tieso, pero no sienta mal.
¿Te casarás con él?
Es impermeable, irrompible, a prueba
de fuego y de bombas que hundan los tejados.
Créeme: te enterrarán con él.
Ahora bien: la cabeza la tienes vacía, con perdón.
Dispongo de remedio para eso.

Ven aquí, corazón, sal del armario.
Bueno, ¿qué te va pareciendo la cosa?
Está, para empezar, como un papel desnuda;
pero dentro de veinticinco años será de plata,
de oro dentro de cincuenta:
una muñeca viva, mires por donde mires.
Sabe coser, y sabe cocinar,
y sabe hablar, hablar y hablar.
Funciona sin averías.
Si tienes agujeros, será parche poroso.
Si tienes ojos, será una imagen.
Es tu último clavo ardiendo, muchacho.
¿Te casarás, te casarás, te casarás con ella?

                                           Sylvia Platch


(Estudió eventualmente con el poeta Robert Lowell, quien años más tarde y cuando ya ella había muerto, escribió en el prólogo de Ariel que no había adivinado el genio de Sylvia Plath detrás de su máscara conformista y su aire de «enloquecedora docilidad». El crítico A. Álvarez, amigo de la Plath, anotó también sobre «aquel aire transatlántico de ansiosa complacencia.»
George Steiner, quien fue también su amigo, dice que, pese a su sonrisa de covergirl, este ser «fieramente autonegador, autocontrolador, ansioso, reticente [...] logró una poesía de deslumbrante finura y control que sólo una necesidad irresistible pudo haberlos ocasionado». Robert Lowell acierta sutilmente al hablarnos de su «controlada alucinación» y de que su poesía es «la autobiografía de la fiebre». Que «la inmortalidad de su arte (tuvo como precio) la desintegración de la vida». [Extraído de "La desintegración de la vida", de Cecilia Bustamante].)

sábado, 19 de abril de 2014

IGLÚS


Solos, cerrados por dentro
y fuera están los otros.

Vasijas de cables,
escudos de antenas,
perdidos en la nieve,
iglús sin primavera.

Protégeme del tiempo,
protégeme del riesgo,
iglús sin primavera,
iglús sin primavera.

Tu fe nuclear
salvó tantas vidas,
elige a quien atacas
ciudadano del mundo,
escucha a dios en el metro,
cuidad vuestros alimentos,
vigila las puertas
de tu cerebro de acero.

Protégeme del cuerpo,
protégeme del tiempo,
iglús sin primavera,
iglús sin primavera.

Protégeme del mundo,
protégeme del riesgo,
iglús sin primavera,
iglús sin primavera.

Y esperamos conectados
la explosión definitiva,
la que apague las pantallas,
la que apague nuestras vidas.

                            Vetusta Morla

sábado, 12 de abril de 2014

Las reglas del juego (ocho). METÁFORA


METÁFORA. Sea como sea, comparto la idea central de Cernuda: una metáfora no es un embellecedor ni un aderezo, sino una luz que ilumina una zona a oscuras, que se abre camino en un mundo inexplorado. Una metáfora que no sea una revelación, no es nada. Aquí tenemos otro ejemplo, un poema escrito por Sylvia Plath justo diez días antes de suicidarse, que también se llama "Palabras" y que las define de este modo:


Hachas
después de cuyo golpe la madera resuena
crea ecos
ecos que se desplazan
desde el centro, lo mismo que si fuesen caballos.

Su savia
mana como las lágrimas, como el
agua que intenta
recomponer su espejo
sobre la roca.

que gotea y da vueltas,
cráneo blanco,
comido por el musgo.
Años después
las vuelvo a encontrar en mi camino

palabras secas y sin jinete,
el ruido infatigable de sus cascos.
Mientras,
al fondo del estanque hay estrellas inmóviles
que rigen una vida.


A veces, hay que salirse de las cosas para que las cosas se entiendan.

(Benjamín Prado, Siete maneras de decir manzana, Visor Libros, 2008)

viernes, 4 de abril de 2014

NO DEJARÉ NADA A MIS ENEMIGOS

Qué tristeza de suelos tan yermos,
no poder sembrarlos de mentiras de futuro,
limar de alguna forma las aristas de mi tumba.

Qué baldíos los sueños inmersos en recuerdos
de inquietud devoradora
donde el tiempo no era aún una amenaza.

Qué sima tan profunda socava mis entrañas
al cegar mis ojos la miseria diaria,
al devorarme justicieramente mi pobreza de espíritu que
no rompe su urna
para no inundarse de un mundo despiadado y despreciable.

Qué tristeza de tierra yerma
que en su crudeza esquilmada
no dejará nada atrás,
allá, donde los enemigos saquean la esperanza.

                                             Fátima N. S.

jueves, 3 de abril de 2014

Recomendado por... Marta


SOBRE EL CUADRO MUCHACHA EN PIE,
ENVUELTA EN UN PAÑUELO A CUADROS,
DE EGON SCHIELE

Podría entender que fuese el cuello,
la fragilidad de la línea
ya únicamente vencida
por la rebeldía de un cabello solo.
O la justa densidad que arma sus labios
o el rímel que separa y ennegrece
-así las líneas de los trazadores-
las pestañas finísimas.
Podría, quizá, comprender que los senos
que apenas entrevelan los gestos de pudor,
que la aureola, trazada por geómetras antiguos,
fueran la guardia de una tan breve delicadeza.
Pero es en las manos, en las que sobrevive
la ingeniería de un dios,
la mecánica del tiempo en que no éramos hombres,
en las manos que acarician desde el cálculo
milimétrico de la piel,
en las que se cumple
el designio remoto del amor y el desorden.

                       Fernando Romera (de Marte melancólico, 2008)






martes, 1 de abril de 2014

Arthur Rimbaud (dos)


EL MAL

Mientras los escupitajos rojos de la metralla
silban todo el día en el infinito del cielo azul;
mientras escarlatas o verdes, junto al rey burlón
se desploman en masa los batallones bajo el fuego;

mientras una espantosa locura machaca
y hace de cien millares de hombres una pila humeante;
-¡pobres muertos!, en el verano, en la yerba, en tu alegría,
¡oh Naturaleza!, tú que hiciste a estos hombres sanamente-,

hay un Dios que se ríe de las telas adamascadas
de los altares, del incienso, de los grandes cálices de oro;
un Dios que con el balanceo de los hosanas se duerme

y solo se despierta cuando algunas madres, recogidas
en su angustia y llorando bajo su vieja toca negra,
le dan una perra gorda liada en su pañuelo.



LE MAL

Tandis que les crachats rouges de la mitraille
Sifflent tout le jour par l'infini du ciel bleu ;
Qu'écarlates ou verts, près du Roi qui les raille,
Croulent les bataillons en masse dans le feu ;

Tandis qu'une folie épouvantable broie
Et fait de cent milliers d'hommes un tas fumant ;
- Pauvres morts ! dans l'été, dans l'herbe, dans ta joie,
Nature ! ô toi qui fis ces hommes saintement !...

- Il est un Dieu, qui rit aux nappes damassées
Des autels, à l'encens, aux grands calices d'or ;
Qui dans le bercement des hosannah s'endort,

Et se réveille, quand des mères, ramassées
Dans l'angoisse, et pleurant sous leur vieux bonnet noir,
Lui donnent un gros sou lié dans leur mouchoir !


                                                 
                                                     Arthur Rimbaud


(Pese a la separación de sus padres, la infancia de Rimbaud es todo lo grata que puede serlo la de un hijo de la burguesía. "Alumno dócil, querido de sus maestros, aventajado en todas las disciplinas y ganador de todos los premios", según alguno de sus biógrafos, el joven Arthur se "tuerce" tras la lectura de Théophile Gautier, Théodre de Banville, José María de Heredia, François Coppé y Paul Verlaine en 'Le Parnasse contemporaine'. Lógicamente, será a dicha publicación a donde el poeta remita sus primeros versos; lógicamente también, no se los publican -según se ha escrito después porque cuando llegan el número en cuestión está cerrado-. Sí publicará, no obstante, 'Les Étrennes des orphelins' -que pasa por ser su primer poema- en la Revue pour tous. Corre el año 1870. [“Arthur Rimbaud, la precocidad y la autodestrucción”, Javier Memba])